
'Tirofijo'/Milicianos
de las FARC
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El pasado 27 de mayo se cumplieron cuarenta
años del surgimiento de las autodenominadas
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia
(FARC) a la vez autoerigidas en Ejército
del Pueblo (EP), y la inmensa mayoría
de los colombianos, a quienes jamás
se nos ocurriría buscar la paz, la
equidad y la justicia social por medio de
las armas, nos preguntamos qué pueden
estar celebrando sus miembros.
A juzgar por el enfoque y el tono casi
apologéticos de algunos informes
publicados y transmitidos esta semana en
medios de comunicación colombianos,
podría pensarse que éste es
un aniversario para conmemorar.
Infortunadamente, esos medios que argumentan
razones de independencia periodística
para no comprometerse con la realidad y
el futuro de nuestro país, para no
llamar a las cosas por su nombre y no ponerse
del lado de la verdad, son los mismos que
cada vez que los grupos armados ilegales
asesinan a un periodista lo cual,
obviamente, es un acto cobarde y condenable
sin apelación exigen de los
demás sectores de la sociedad una
solidaridad que ellos no le brindan a la
población civil, la principal víctima
de esas organizaciones terroristas.
Se requiere valor para emular, por ejemplo,
la actitud de los periodistas españoles
que todo el tiempo señalan a ETA
como lo que es, una banda terrorista, y
a sus miembros como asesinos. Y pensar que
la cantidad de hechos criminales protagonizados
por ETA es mínima en comparación
con el total de atrocidades cometidas por
la guerrilla de las FARC, y que sus efectos
son mucho menos devastadores.
Éste no es un aniversario para celebrar.
Las generaciones de colombianos que hemos
visto caer a miles de soldados, policías
y civiles bajo las balas asesinas de las
FARC ya no encontramos argumentos válidos
para justificar la longevidad de esa organización
terrorista. Todos los intentos de encontrar
explicaciones apuntan a las falsas ideologías
proclamadas por la guerrilla, a su codicia
de poder y dinero, y a su inmensa capacidad
de generar violencia y destrucción
para conseguir sus oscuros fines.
Pero el hecho de que las FARC hayan durado
cuarenta años es también consecuencia
de la corrupción de la clase dirigente,
que durante todo este tiempo como
lo hizo a lo largo de nuestra historia
se ha dedicado a saquear y repartirse las
arcas del Estado, en lugar de buscar el
mejoramiento de las condiciones de vida
de los ciudadanos; de las carencias en salud,
educación, servicios públicos
y oportunidades de trabajo que afectan a
la mayoría de los colombianos; de
la total pérdida de principios y
valores que hizo de Colombia un paraíso
para la obtención de dinero fácil
y rápido; de la inoperancia de las
autoridades y la ineficacia de las fuerzas
del Estado; y de la indolencia, la desunión
y la falta de solidaridad de todo un país
que se acostumbró a enterrar a sus
muertos y a pagar secuestros y extorsiones.
No se podría esperar un mejor destino
en un país cuyo único motivo
de unión es la actuación de
la selección nacional de fútbol,
y cuyo único objetivo común
es la clasificación a un campeonato
mundial; un país donde buena parte
de la población vive más pendiente
de sus fiestas que del estudio y el trabajo,
y en el cual la mayoría de los ciudadanos
sólo participa en las grandes decisiones
si alguien entrega dinero o licor a cambio
de votos.
Pero los "comandantes" de las
FARC no tienen derecho a celebrar, y mucho
menos a cantar victoria. Han sido cuarenta
años de permanente desgaste ideológico,
en los cuales las doctrinas que hablaban
de lucha por alcanzar la igualdad y la justicia
social fueron sustituidas por la violencia
indiscriminada en campos y ciudades, la
destrucción de pueblos e infraestructura,
masacres y asesinatos selectivos, desplazamiento
de comunidades enteras, secuestro, extorsión,
narcotráfico y terrorismo.
Tampoco pueden enorgullecerse de ser una
supuesta organización revolucionaria
con supuesta justificación
política sin tener capacidad
autocrítica alguna, y pretender enarbolar
las banderas de una causa justa sin un sustento
conceptual y ético. Y, lo que es
peor, sin el más mínimo apoyo
popular, pues hace muchos años que
las FARC perdieron el rumbo que les fijaron
sus inspiradores y creadores, y dejaron
de estar en sintonía con los intereses
y necesidades de las comunidades marginadas
en las cuales no se hacía presente
el Estado.
Menos motivos de celebración tienen
los miles de guerrilleros que conforman
los frentes de esa organización,
entre los cuales abundan niños y
niñas, quienes sufren constantemente
la discriminación por parte de sus
líderes los mismos que justifican
su "lucha" en la búsqueda
de la igualdad. Son reclutados a la
fuerza o con engaños y terminan sometidos
a una vida de privaciones y sacrificios
que incluyen el de la propia vida. Mientras
tanto, los "comandantes" se enriquecen
a su costa y la de miles de colombianos,
y se apoderan de tierras y ganados en amplias
zonas del territorio nacional.
Las FARC son actualmente la organización
más odiada y despreciada en Colombia,
y tan dudoso honor se lo ganaron solas a
lo largo de estos cuarenta años,
pero a pesar de eso lo más probable
es que no hagan nada por mejorar la percepción
que tiene de ellas la inmensa mayoría
de los colombianos. Durante los años
recientes enfilaron todas sus baterías
propagandísticas a la conquista de
espacios en el exterior, especialmente en
Europa, al tiempo que disparaban sus armas
contra el pueblo por el que decían
luchar.
Pero la comunidad internacional empezó
a entender aunque tardía y
lentamente la realidad colombiana,
y hoy las FARC aparecen por consenso casi
general en las principales listas de organizaciones
terroristas del mundo, como una de las más
violentas y que con mayores frecuencia y
atrocidad violan las normas del Derecho
Internacional Humanitario. Tan sólo
les quedan el respaldo y la protección
de aquellas ONG que todavía las consideran
un grupo de "idealistas-guerreros-luchadores
por la libertad", o como los llama
la despistada Amnistía Internacional
en sus informes sobre Colombia, "grupos
armados de oposición".
Están metidas de pies y manos en
los peores negocios criminales que existen:
el secuestro, la extorsión y el narcotráfico.
Han hecho todo lo posible por demostrar
que no están interesadas en llevar
a cabo un proceso de paz, no sólo
con el Gobierno sino con el país
al que han ayudado a destruir; y mucho menos
a reincorporarse a la vida civil, pues eso
implicaría la renuncia a su inmenso
poder de intimidación y destrucción
y la entrega de la gallina de los huevos
de oro.
Se calcula que los ingresos mínimos
diarios de las FARC por concepto de narcotráfico,
secuestro y extorsión son cercanos
a los dos millones de dólares. Y
nadie en sus cabales debería estar
dispuesto a creer que una empresa del crimen
como esta organización terrorista
fuera a entrar en liquidación cuando
está generando semejantes utilidades,
sin pagar impuestos y con recursos humanos
desechables a los cuales no les paga salarios
ni prestaciones sociales.
Ante esta realidad, si los jefes guerrilleros
están celebrando por estos días
los cuarenta años de la aparición
de las FARC, uno se puede imaginar dos tipos
de celebraciones: la de aquellos que alguna
vez tuvieron motivaciones políticas,
quienes deben estar en medio de un baile
de autistas, y la de una mayoría
de los actuales "comandantes",
quienes, rodeados de sus amantes y guardaespaldas,
y amenizados por mariachis y música
norteña, estarán brindando
con whisky por la prosperidad de sus negocios,
como lo haría cualquier grupo de
mafiosos que se respete.
La última vez que las FARC se involucraron
en un proceso de negociaciones de paz, durante
la administración de Andrés
Pastrana, lo único que hicieron fue
engañar al gobierno y al país,
y utilizar la zona de distensión
para el alojamiento de secuestrados y la
producción y distribución
de drogas. Pero Colombia ya no está
dispuesta a permitir que la vuelvan a asaltar
en su buena fe.
Es por eso que el gobierno del presidente
Uribe y sus sucesores deberán seguir
adelante en el diseño y la ejecución
de nuevas y eficaces estrategias de seguridad,
con total determinación, en defensa
de la población civil y en cumplimiento
de su deber de perseguir, capturar y someter
a la justicia a todos los criminales. Sólo
cuando las FARC sean diezmadas y acorraladas
se comprometerán en un proceso de
cese al fuego, desmovilización, desarme
y reincorporación a la vida civil.
Tal y como actualmente lo está haciendo
el ELN.
Y si finalmente no lo hacen, deberán
ser arrancados y arrasados de las tierras
colombianas, como quitan la maleza de sus
cultivos los campesinos a quienes tanto
daño les han causado.
En ese momento seremos los colombianos
de bien quienes tendremos derecho a celebrar
la conquista de la paz.
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