
'Paras'/Mancuso/
Castaño/Bloques
de cocaína
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Se autodenominan Autodefensas Unidas de
Colombia (AUC), pero se les conoce común
y equivocadamente como grupos paramilitares.
"Paras" o "paracos"
les dice mucha gente, de acuerdo con la
costumbre colombiana de usar apócopes,
así como en el pasado se acuñó
el término "elenos" para
referirse a los integrantes del ELN o más
recientemente el de "guerrillos"
para identificar a los guerrilleros en general.
Por definición, es paramilitar una
organización civil con estructura
y disciplina militar. El término
les queda bien a la Defensa Civil, a los
Boy Scouts e inclusive a los Cuerpos de
Bomberos, pero no a una sanguinaria organización
de asesinos a sueldo, que es en lo que se
han convertido los "paramilitares"
en nuestro país.
Es difícil encontrar una denominación
adecuada para las AUC, dado su largo historial
de abusos y masacres contra la población
campesina en aquellas regiones del país
que antes de su aparición permanecían
bajo la influencia de las guerrillas del
ELN y las FARC, o que eran abiertamente
controladas por ellas.
Así como las FARC-EP dejaron de
ser unas "fuerzas revolucionarias"
y jamás han sido ni serán
el "ejército del pueblo"
colombiano, y de la misma manera que el
ELN es un grupo de bandoleros incapaz de
"liberar" de alguna cosa a nuestra
nación, hoy en día estas autodefensas
sólo se defienden a sí mismas
y se han unido para atacar y dañar
al resto de los colombianos.
Su origen se remonta a la década
de los años ochenta y se confunde
con el de los grupos de justicia privada
conformados por varios de los más
peligrosos narcotraficantes que ha conocido
nuestra historia como Gonzalo Rodríguez
Gacha, alias "El mexicano",
y que recibieron entrenamiento de mercenarios
europeos e israelíes bajo el mando
del tristemente célebre Yair Klein.
A estos grupos de "narcomercenarios"
se les encomendó la tarea de perseguir
implacablemente y asesinar impunemente a
los miembros de la Unión Patriótica
(UP), hasta diezmarla de tal manera que
desapareció del panorama político
nacional. Los pocos activistas que quedaron
se dividieron entre la militancia marxista
tradicional y las tendencias más
progresistas que recientemente se alinearon
con el Polo Democrático Independiente.
Las actuales autodefensas aparecieron en
el conflicto armado colombiano bajo la mirada
complaciente o al menos negligente
de gobernantes locales, regionales y nacionales,
así como con el apoyo clandestino
de oscuros miembros de las fuerzas militares,
para ocupar el vacío ocasionado por
la falta de presencia del Estado en diversas
regiones. Sus inspiradores y creadores se
cansaron de ver morir a los suyos bajo las
balas de los guerrilleros, de pagar secuestros
y extorsiones, y de esperar la protección
de las autoridades legalmente constituidas.
Decidieron entonces pasar de ser víctimas
inermes a ejercer su legítima defensa,
pero posteriormente optaron por asumir una
actitud agresiva y atacar directamente a
los grupos guerrilleros, usando para ello
tácticas y procedimientos similares
a los del enemigo que obviamente no
podían ser utilizados por las fuerzas
regulares del Estado, los cuales fueron
haciéndose cada vez peores, hasta
igualarlos y superarlos en alevosía,
atrocidad y sevicia. Varias de las peores
masacres de nuestra historia reciente, como
las de El Aro y Mapiripán, fueron
ejecutadas por comandos de las autodefensas,
y sólo se comparan con las atrocidades
cometidas por las FARC y el ELN en La Chinita,
Bojayá y Machuca.
Al principio las autodefensas contaron
con el apoyo económico de numerosas
personas en sectores de la sociedad tan
heterogéneos como los ganaderos,
los comerciantes y los esmeralderos. Pero
con el paso del tiempo los aportes voluntarios
de sus patrocinadores, quienes necesitaban
su protección para poder vivir y
trabajar en paz libres de la amenaza
guerrillera, fueron haciéndose
obligatorios, pues estas agrupaciones adoptaron
las mismas prácticas de financiación
de aquellos a quienes combatían:
la "vacuna" a los ganaderos, el
cobro de "gramaje" a los narcotraficantes
y la extorsión.
Finalmente sucumbieron ante la tentación
del poder y el dinero del narcotráfico:
en muchas regiones se convirtieron en el
brazo armado de los narcotraficantes y en
otras se hicieron socios directos del negocio.
Durante los últimos años han
sido responsables de la expropiación
física de miles de predios y de la
muerte o el desplazamiento forzado de sus
legítimos propietarios, en beneficio
de mafiosos cuya codicia y falta de escrúpulos
no conocen límites.
Ahora también llevan a cabo purgas
internas, como la que probablemente le costó
la vida a Carlos Castaño al
parecer por tener una vocación política
y persistir en la búsqueda de una
solución negociada a la situación
de ilegalidad de las AUC frente a la sociedad
colombiana, de la misma manera que
lo han hecho los grupos guerrilleros a lo
largo de cuarenta años. Tal como
en los años sesenta el ELN persiguió
y asesinó a Jaime Arenas, uno de
los más importantes líderes
estudiantiles de todos los tiempos en Colombia,
por haberse retirado, cansado ya del fanatismo
y los fusilamientos que caracterizaban a
esa organización.
El destino de las autodefensas está
ahora íntimamente ligado al de los
narcotraficantes que las financian y lideran.
Y aunque en el pasado sus actividades armadas
ilegales les permitieron imponerse a las
FARC y al ELN en amplias zonas del país
y liberar a sus habitantes del flagelo guerrillero,
al final terminaron por parecerse tanto
al enemigo que Salvatore Mancuso, su más
caracterizado jefe en la actualidad, anunció
que si el Estado sigue atacándolas
como lo ha hecho este gobierno se unirán
a las FARC para enfrentarlo.
A lo que, según se dice, el presidente
Uribe respondió sin inmutarse que
así el Estado podrá acabar
con ambas organizaciones al tiempo, pues
para su gobierno ha sido claro que a los
grupos armados ilegales hay que doblegarlos
primero para negociar después con
ellos el cese del fuego y el desarme, luego
proceder a exigirles la reparación
del daño causado y, por último,
buscar su reincorporación a la sociedad.
En un país como Colombia, donde
los discursos de todos los sectores están
plagados de eufemismos y en contadas ocasiones
a las cosas se les llama por su nombre,
de vez en cuando tenemos el valor de llamar
bandoleros y terroristas a los guerrilleros.
De igual manera, deberíamos señalar
a las mal llamadas autodefensas como lo
que realmente son: narcodefensas. Y condenar
enérgicamente sus actos.
Correríamos un riesgo enorme para
nuestra viabilidad como nación si
pidiéramos tener cero tolerancia
con las FARC y el ELN, las guerrillas de
izquierda, y tendiéramos un manto
de impunidad sobre los crímenes de
las autodefensas, que son, ni más
ni menos, una guerrilla de derecha. Pero
tampoco podemos caer en el error de muchas
ONG, que exigen castigar con todo el peso
de la ley a los "paras", mientras
piden que para los "guerrillos"
sólo haya perdón y olvido.
Es indispensable tomar conciencia de que
el primer paso para la solución del
conflicto armado en nuestro país
es asumir un profundo compromiso con la
verdad. En ella radica la diferencia entre
la reconciliación y la impunidad.
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