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Principal > Columnas > Edición del 10 al 16 de mayo de 2004

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Las AUC, una guerrilla de derecha.

Por Jaime Eduardo Prieto Osorio.

Así como de vez en cuando tenemos el valor de llamar bandoleros y terroristas a los guerrilleros, deberíamos señalar a las mal llamadas autodefensas como lo que realmente son: narcodefensas. Y condenar enérgicamente sus actos.
 


'Paras'/Mancuso/ Castaño/Bloques de cocaína

Se autodenominan Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), pero se les conoce común y equivocadamente como grupos paramilitares. "Paras" o "paracos" les dice mucha gente, de acuerdo con la costumbre colombiana de usar apócopes, así como en el pasado se acuñó el término "elenos" para referirse a los integrantes del ELN o más recientemente el de "guerrillos" para identificar a los guerrilleros en general.

Por definición, es paramilitar una organización civil con estructura y disciplina militar. El término les queda bien a la Defensa Civil, a los Boy Scouts e inclusive a los Cuerpos de Bomberos, pero no a una sanguinaria organización de asesinos a sueldo, que es en lo que se han convertido los "paramilitares" en nuestro país.

Es difícil encontrar una denominación adecuada para las AUC, dado su largo historial de abusos y masacres contra la población campesina en aquellas regiones del país que antes de su aparición permanecían bajo la influencia de las guerrillas del ELN y las FARC, o que eran abiertamente controladas por ellas.

Así como las FARC-EP dejaron de ser unas "fuerzas revolucionarias" y jamás han sido ni serán el "ejército del pueblo" colombiano, y de la misma manera que el ELN es un grupo de bandoleros incapaz de "liberar" de alguna cosa a nuestra nación, hoy en día estas autodefensas sólo se defienden a sí mismas y se han unido para atacar y dañar al resto de los colombianos.

Su origen se remonta a la década de los años ochenta y se confunde con el de los grupos de justicia privada conformados por varios de los más peligrosos narcotraficantes que ha conocido nuestra historia —como Gonzalo Rodríguez Gacha, alias "El mexicano"—, y que recibieron entrenamiento de mercenarios europeos e israelíes bajo el mando del tristemente célebre Yair Klein.

A estos grupos de "narcomercenarios" se les encomendó la tarea de perseguir implacablemente y asesinar impunemente a los miembros de la Unión Patriótica (UP), hasta diezmarla de tal manera que desapareció del panorama político nacional. Los pocos activistas que quedaron se dividieron entre la militancia marxista tradicional y las tendencias más progresistas que recientemente se alinearon con el Polo Democrático Independiente.

Las actuales autodefensas aparecieron en el conflicto armado colombiano bajo la mirada complaciente —o al menos negligente— de gobernantes locales, regionales y nacionales, así como con el apoyo clandestino de oscuros miembros de las fuerzas militares, para ocupar el vacío ocasionado por la falta de presencia del Estado en diversas regiones. Sus inspiradores y creadores se cansaron de ver morir a los suyos bajo las balas de los guerrilleros, de pagar secuestros y extorsiones, y de esperar la protección de las autoridades legalmente constituidas.

Decidieron entonces pasar de ser víctimas inermes a ejercer su legítima defensa, pero posteriormente optaron por asumir una actitud agresiva y atacar directamente a los grupos guerrilleros, usando para ello tácticas y procedimientos similares a los del enemigo —que obviamente no podían ser utilizados por las fuerzas regulares del Estado—, los cuales fueron haciéndose cada vez peores, hasta igualarlos y superarlos en alevosía, atrocidad y sevicia. Varias de las peores masacres de nuestra historia reciente, como las de El Aro y Mapiripán, fueron ejecutadas por comandos de las autodefensas, y sólo se comparan con las atrocidades cometidas por las FARC y el ELN en La Chinita, Bojayá y Machuca.

Al principio las autodefensas contaron con el apoyo económico de numerosas personas en sectores de la sociedad tan heterogéneos como los ganaderos, los comerciantes y los esmeralderos. Pero con el paso del tiempo los aportes voluntarios de sus patrocinadores, quienes necesitaban su protección para poder vivir y trabajar en paz —libres de la amenaza guerrillera—, fueron haciéndose obligatorios, pues estas agrupaciones adoptaron las mismas prácticas de financiación de aquellos a quienes combatían: la "vacuna" a los ganaderos, el cobro de "gramaje" a los narcotraficantes y la extorsión.

Finalmente sucumbieron ante la tentación del poder y el dinero del narcotráfico: en muchas regiones se convirtieron en el brazo armado de los narcotraficantes y en otras se hicieron socios directos del negocio. Durante los últimos años han sido responsables de la expropiación física de miles de predios y de la muerte o el desplazamiento forzado de sus legítimos propietarios, en beneficio de mafiosos cuya codicia y falta de escrúpulos no conocen límites.

Ahora también llevan a cabo purgas internas, como la que probablemente le costó la vida a Carlos Castaño —al parecer por tener una vocación política y persistir en la búsqueda de una solución negociada a la situación de ilegalidad de las AUC frente a la sociedad colombiana—, de la misma manera que lo han hecho los grupos guerrilleros a lo largo de cuarenta años. Tal como en los años sesenta el ELN persiguió y asesinó a Jaime Arenas, uno de los más importantes líderes estudiantiles de todos los tiempos en Colombia, por haberse retirado, cansado ya del fanatismo y los fusilamientos que caracterizaban a esa organización.

El destino de las autodefensas está ahora íntimamente ligado al de los narcotraficantes que las financian y lideran. Y aunque en el pasado sus actividades armadas ilegales les permitieron imponerse a las FARC y al ELN en amplias zonas del país y liberar a sus habitantes del flagelo guerrillero, al final terminaron por parecerse tanto al enemigo que Salvatore Mancuso, su más caracterizado jefe en la actualidad, anunció que si el Estado sigue atacándolas como lo ha hecho este gobierno se unirán a las FARC para enfrentarlo.

A lo que, según se dice, el presidente Uribe respondió sin inmutarse que así el Estado podrá acabar con ambas organizaciones al tiempo, pues para su gobierno ha sido claro que a los grupos armados ilegales hay que doblegarlos primero para negociar después con ellos el cese del fuego y el desarme, luego proceder a exigirles la reparación del daño causado y, por último, buscar su reincorporación a la sociedad.

En un país como Colombia, donde los discursos de todos los sectores están plagados de eufemismos y en contadas ocasiones a las cosas se les llama por su nombre, de vez en cuando tenemos el valor de llamar bandoleros y terroristas a los guerrilleros. De igual manera, deberíamos señalar a las mal llamadas autodefensas como lo que realmente son: narcodefensas. Y condenar enérgicamente sus actos.

Correríamos un riesgo enorme para nuestra viabilidad como nación si pidiéramos tener cero tolerancia con las FARC y el ELN, las guerrillas de izquierda, y tendiéramos un manto de impunidad sobre los crímenes de las autodefensas, que son, ni más ni menos, una guerrilla de derecha. Pero tampoco podemos caer en el error de muchas ONG, que exigen castigar con todo el peso de la ley a los "paras", mientras piden que para los "guerrillos" sólo haya perdón y olvido.

Es indispensable tomar conciencia de que el primer paso para la solución del conflicto armado en nuestro país es asumir un profundo compromiso con la verdad. En ella radica la diferencia entre la reconciliación y la impunidad.

 
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