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Principal > Columnas > Inventario > Semana del 1 al 7 de septiembre de 2003

El partido Partido Liberal.

Por: Jaime Eduardo Prieto Osorio.


Piedad Córdoba/ Álvaro Uribe

Más que un ejercicio de independencia, la decisión de la dirección del Partido Liberal de invitar a sus copartidarios a la abstención frente al referendo es un acto de irresponsabilidad política que podría llevar al ostracismo a esa colectividad.

Esta exhibición de autoritarismo demuestra una vez más la incoherencia que ha caracterizado a las directivas del partido durante los últimos veinte años. Desde las épocas del Nuevo Liberalismo —la importante y esperanzadora disidencia liderada por Luis Carlos Galán durante la mayor parte de los años ochenta—, el Partido Liberal ha dado claras muestras de inferioridad conceptual frente al

empuje y la claridad doctrinaria de grandes liberales como el mismo Galán y el presidente Uribe, a quienes el oficialismo simplemente les quedó pequeño.

Con el paso del tiempo, esa pobreza conceptual se vio reflejada en la pérdida de fuerza electoral. Durante los ochenta las maquinarias liberales, que históricamente fueron efectivas en tiempos de elecciones, se impusieron a las ideas de Galán y a la forma clara y transparente en que adelantó sus campañas. Colombia era otro país; agitar el trapo rojo y quemar el trapo azul generaba suficiente motivación en el electorado liberal para derrotar a sus adversarios.

Veinte años después el liberalismo, que siempre luchó contra la abstención, acumula dos derrotas presidenciales consecutivas, una frente a un candidato de origen conservador e imagen suprapartidista —aunque de cuestionable nivel intelectual y pobres calidades de estadista— como Andrés Pastrana, y otra frente a un disidente de clara estirpe liberal, sólida preparación y generosa entrega al país como Álvaro Uribe.

La razón de fondo de la pérdida del poder es la casi exclusiva dedicación de las directivas nacionales y regionales del Partido Liberal a los asuntos electorales y al control y el reparto de los recursos públicos, dejando de lado los principios y las doctrinas liberales que tradicionalmente representaban deseos y esperanzas de cambio, progreso e igualdad para amplios sectores de la población colombiana.

Por principios democráticos es inaceptable que un partido político -cuyas razones de ser son la confrontación de ideas y la preservación de la democracia- promulgue y promueva la abstención en un evento tan democrático como es un referendo. Más contradictorio aun es hacerlo después de haber participado en su discusión y haber ayudado a su aprobación. Esto, además de incoherente, es absolutamente mezquino.

Como lo es el argumento esgrimido por el codirector Joaquín José Vives, quien afirmó que "la Dirección Nacional Liberal quiso marcar la diferencia para conservar la identidad y convertirnos en alternativa del Gobierno, sin sujeción a cómo le vaya a Uribe". ¡Como si, en las actuales circunstancias, al irle mal a Uribe no le fuera mal al país!

No se trata de dejarse llevar por la corriente del unanimismo. Se puede disentir del Presidente y del Gobierno, pero es indispensable ejercer una oposición leal y digna, de cara a los verdaderos problemas y a los altos intereses del país.

Esta directiva liberal parece haber olvidado el rumbo que tomó el Partido Conservador después de años de ejercer la oposición de manera destructiva —no reflexiva, como lo promulgaba con grandilocuencia Misael Pastrana—.

Con estas actitudes, la dirección del Partido Liberal se acerca más a las orillas del Polo Democrático, lo cual no resulta extraño al analizar el talante y el discurso de Piedad Córdoba, la más visible de sus miembros, quien quizá se identifica mejor con las doctrinas y propuestas del nuevo movimiento político que con las del liberalismo.

Sin lugar a dudas la senadora Córdoba, dueña de una gran pasión inversamente proporcional a su razón (por ejemplo, ha llegado al extremo de calificar de fascista al presidente Uribe), es quien lidera el movimiento abstencionista dentro de su colectividad, en lo que ella parece interpretar como una gran oportunidad para desquitarse del Gobierno, y especialmente del Presidente, a quien siempre ha considerado un rival político.

Con su marcada influencia en el grupo de codirectores está llevando al Partido Liberal en contravía de los deseos de los electores, en un país en que la gente quiere saber cada vez menos de partidos y confrontaciones. A los directivos del liberalismo les resultará muy difícil explicarles a los colombianos porqué deben quedarse en sus casas el sábado 25 de octubre para abstenerse de votar el referendo y luego salir a votar copiosamente el domingo 26 para elegir a sus candidatos.

Lejos de empezar a convertirse nuevamente en una alternativa de poder, el liberalismo está perdiendo una oportunidad histórica de refrescar la democracia colombiana mediante la participación en el referendo como nuevo escenario de elección popular, con cuyas propuestas se puede estar de acuerdo o en desacuerdo. Lo que nadie debe hacer es dejar de opinar, y mucho menos ser tan irresponsable para invitar a los ciudadanos a no participar.

Es necesario recordarles a los miembros de la Dirección Nacional Liberal la famosa frase de Darío Echandía, ese sí un gran liberal, quien mostró su total desacuerdo con las actitudes de varios grupos de liberales durante la revuelta del 9 de abril. Al explicarle éstos que buscaban tomarse el poder a toda costa, Echandía les contestó: "¿Y el poder para qué?"

 
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