que su alta responsabilidad les exigía
al examen de las competencias y habilidades
de los postulantes a los puestos de trabajo
vacantes en sus empresas.
De esta manera terminaban contratando,
no a los más capaces, sino a los
más cercanos a sus ideales étnicos
y estéticos, llevando a cabo una
aberrante discriminación, injustificable
desde todo punto de vista, especialmente
a estas alturas de la historia.
Lo más preocupante de todo es que
a pesar de escándalos como éste
y del rechazo generalizado que producen,
tanto en Europa como a este lado del Atlántico,
estas situaciones siguen siendo de común
ocurrencia en la "Madre Patria"
y en los principales países europeos,
cuyas sociedades parecen no haber aprendido
las innumerables lecciones de muerte, dolor
y sufrimiento acumuladas a lo largo de tantos
siglos de conflictos étnicos y religiosos.
Si esto hacían los encargados del
desarrollo y el mejoramiento de la calidad
de vida del capital humano en las empresas
españolas, muy poco podemos esperar
del comportamiento de la gente del común
con los miles de inmigrantes que deambulan
por las calles de sus ciudades en busca
de condiciones de trabajo más favorables
que las que han dejado en sus países
de origen.
En el caso de los inmigrantes colombianos,
durante los últimos años se
han agudizado el rechazo y la discriminación
por causa exclusiva de su origen. Esto facilita
que hoy se produzcan hechos tan indignantes
como la muerte de Iván Darío
Marín, un paisa que residía
legalmente en España y se dedicaba
a la venta de tarjetas para llamadas telefónicas,
quien fue detenido en una redada de la policía
madrileña y a quien los guardias
de la comisaría donde fue recluido
dejaron morir el pasado 21 de septiembre
como consecuencia de un coma diabético,
en medio de una total indiferencia y el
más doloroso desprecio por la dignidad
humana. Marín fue capturado por ser
colombiano y estar presente en el mismo
parque donde fue hallado un pequeño
paquete de cocaína.
Mientras casos como éste se presentaban
con ciudadanos colombianos en muchos países
del mundo, el anterior gobierno se ufanaba
de sus logros en el mejoramiento de la imagen
internacional de nuestro país. Pero
la realidad es que durante los cuatro años
de la administración de Andrés
Pastrana se produjo un vertiginoso aumento
en el número de países que
decidieron exigir visados a los ciudadanos
colombianos para todos los propósitos
de visita y permanencia en ellos.
Le corresponde entonces al actual gobierno
asumir la responsabilidad histórica
de rescatar efectivamente la imagen de todos
los colombianos y no solamente la de su
clase dirigente, porque el cambio de color
de nuestros pasaportes ya no es suficiente
para cicatrizar las heridas que unos pocos
delincuentes y las erráticas políticas
internacionales de nuestros superficiales
gobernantes le han abierto a la dignidad
nacional, dejándola a merced de la
xenofobia global.
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