Este agudo economista, asesor de cabecera
de Bill Clinton durante el periodo de mayor
prosperidad de la economía estadounidense,
fue también Economista en Jefe y
Vicepresidente del Banco Mundial entre 1997
y 2000, y desde su retiro de esa institución
se ha dedicado a llamar la atención
sobre los peligros de la globalización,
enfilando sus baterías contra los
economistas y los programas del Fondo Monetario
Internacional.
Sus trabajos de investigación han
ayudado a entender las circunstancias en
que los mercados no funcionan bien, y de
qué manera las intervenciones selectivas
de los gobiernos pueden ayudarles a mejorar
sus desempeños.
Stiglitz ha denunciado que las leyes del
mercado en que se basa la globalización
son manipuladas por los países desarrollados
hasta convertirlas en lo que conocemos en
Colombia como "ley del embudo",
en la cual los países desarrollados
se llevan la mejor parte y a los países
del llamado Tercer Mundo les queda lo que
aquellos dejan.
Como la mayoría de los economistas,
sostiene que el libre comercio entre los
países es bueno cuando es verdaderamente
libre, y la realidad es que actualmente
sólo existe libre comercio entre
unos pocos países, todos ellos industrializados.
Pero entre estos y el resto del mundo opera
la apertura comercial en una sola dirección:
hacia adentro de los países subdesarrollados,
que tienen que arreglárselas como
pueden para ser competitivos con sus productos
en los mercados internacionales.
Otro de los objetos de estudio de Stiglitz
ha sido la intervención de los bancos
centrales como autoridades monetarias
para controlar la inflación mediante
alzas de las tasas de interés. Considera
que los mayores esfuerzos deberían
dedicarse a la generación de empleo
y al crecimiento de la economía.
Éste es precisamente el caso colombiano.
La función primordial del Banco de
la República es el control inflacionario
y no participa activamente en la lucha contra
el desempleo y el estancamiento de la economía.
Sus logros son discutibles; en los últimos
cuatro años la inflación se
mantuvo en niveles bajos pero la economía
no ha tenido un aceptable crecimiento.
Esto parece confirmar lo que muchos economistas
y no economistas han sostenido:
que la inflación bajó porque
la capacidad de consumo de la población
disminuyó sustancialmente a partir
de 1998, cuando el Banco subió las
tasas de interés para controlar el
precio del dólar y la inflación,
elevándolas a niveles inmanejables
que llevaron a la quiebra a muchas empresas,
ocasionaron la crisis del sector financiero
e hicieron impagables los créditos
hipotecarios de miles de colombianos.
Después de esta crisis, el país
tuvo que acudir al FMI en busca de apoyo
para tratar de enderezar la economía.
Stiglitz sostiene que las recetas del Fondo
para enfermedades como las que han sufrido
las economías latinoamericanas no
sólo no las curan sino que las empeoran
y alargan la agonía.
El mantenimiento de la tasa de cambio en
niveles bajos para controlar la inflación
y el ajuste fiscal por la vía del
recorte del gasto y el aumento de los impuestos
han tenido en Colombia previsibles efectos
recesivos. La recomendación de Stiglitz
es que el gobierno aumente el gasto público
para reactivar la economía, pero
para que esto funcione es indispensable
controlar la ineficiencia, recortar la burocracia
y atacar con firmeza la corrupción.
Tareas nada fáciles.
Tampoco es fácil, pero sí
es indispensable e inaplazable, emprender
las tareas que están pendientes desde
cuando se hizo la apertura económica
hace más de una década: reforma
agraria, redistribución del ingreso,
inversión social, creación
de empresas y crecimiento económico.
Es urgente llenar los vacíos del
actual modelo económico, originados
en la aplicación irreflexiva de políticas
económicas foráneas sin la
necesaria adaptación al medio. Los
economistas colombianos deben aprender la
lección que recibieron los administradores
a lo largo de las últimas décadas,
después de fracasar en la implantación
de modelos gerenciales de moda sin analizar
su utilidad en las empresas y su efectividad
en el mercado colombiano.
Deben entender, al fin, que cada árbol
crece y da frutos si se siembra en tierra
fértil y bajo las condiciones climáticas
adecuadas.
Tienen que salir un poco más de
la macroeconomía a dar un paseo por
la microeconomía. De poco sirve que
los indicadores macroeconómicos mejoren
cuando las empresas son menos viables y
la brecha entre ricos y pobres es cada vez
más grande porque la pobreza es peor.
Y el gobierno colombiano debe empezar a
mostrar resultados más concretos
en lo social, para eliminar la percepción
equivocada que existe en muchos círculos
políticos y académicos del
exterior de que el desempleo, la pobreza
y el atraso son las causas de nuestra violencia.
Hoy los colombianos sabemos que es al revés.
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