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Principal > Columnas > Inventario > Semana del 21 a 27 de julio de 2003

Un legítimo acto de soberanía.

Por: Jaime Eduardo Prieto Osorio.


Uribe/Carro bomba en Arauca/Miembro de la Fuerza Pública

A pesar de que la mayoría de los colombianos pareció estar de acuerdo con el desplazamiento por tres días del gobierno nacional a la capital del marginado y convulsionado departamento de Arauca, durante el fin de semana aparecieron opiniones en contra de esta decisión.

Algunos editorialistas cuestionaron el alto costo de movilización de las personas y los equipos necesarios para que el Gobierno en pleno pudiera ejercer el poder en óptimas condiciones de seguridad y eficiencia.

Otros analistas manifestaron su desacuerdo con lo que consideran un acto publicitario destinado a mantener altos los índices de popularidad del presidente Uribe.


Y hubo quienes se lamentaron de que el Gobierno hubiera recordado a esta lejana región después de años de abandono, olvido y entrega en manos de la violencia y la corrupción.

Paradójicamente, en el fondo estas opiniones están basadas en visiones limitadas y análisis superficiales de la realidad que se vive en las regiones apartadas de los centros del poder. Vamos por partes...

Durante casi tres décadas la posición dominante de las organizaciones subversivas y los grupos de narcotraficantes —que primero se hicieron socios y luego se convirtieron en uno solo— y la consiguiente corrupción reinante en aquellas regiones han sido las consecuencias directas y lógicas de la falta de presencia del Estado, no sólo con autoridades civiles legítimamente constituidas y una fuerza pública actuante sino con la necesaria y suficiente inversión social en salud, educación e infraestructura de servicios públicos.

Fiel a su programa de gobierno y a su coherente línea de acción, el presidente Uribe ha puesto en ejecución estrategias de descentralización en todos los órdenes. Una de ellas ha sido la de llevar personalmente a todas las regiones del país sus ideas y decisiones sobre lo que deberá ser la gestión pública durante su cuatrienio.

En otras palabras, con su propio ejemplo está enseñándoles a gobernadores, alcaldes y funcionarios de todos los niveles en los entes administrativos regionales el difícil arte de gobernar y administrar, mientras ve directamente los problemas y escucha a quienes los padecen.

Esto lo ha hecho a costa de poner en riesgo su propia seguridad y la de sus inmediatos colaboradores, quienes llenos de mística y en una actitud generosa, valiente y sacrificada se están jugando la vida entera para conseguir el cambio que el país necesita en las costumbres políticas y en la manera de regir su destino.

Es apenas natural que estos inmensos esfuerzos tengan un alto costo económico, pero éste no debe ser visto como un gasto sino como una inversión en el futuro del país. Para el Presidente y el Gobierno pueden tener también un importante costo en términos de prestigio y capital político, pues de los resultados de estas gestiones dependerá en buena parte la gobernabilidad de las regiones y del país en general.

Todas estas demostraciones de compromiso con el país han sido vistas y valoradas por la inmensa mayoría de los colombianos. Es la aceptación mayoritaria con que cuenta la gestión presidencial la que mantiene arriba los índices de popularidad del presidente Uribe, y no una estrategia que busca efectividad en los medios. Pocas cosas están más lejos del interés y el estilo de Uribe que el manejo cosmético de su imagen.

Resulta paradójico, por no decir injusto, que los mismos "opinadores" de oficio que no advirtieron al país sobre la superficialidad, el efectismo y la incapacidad de Andrés Pastrana como estadista y gobernante estén ahora imaginando o inventando esos defectos en Álvaro Uribe.

Infortunadamente, en este aspecto Colombia está muy cerca de ser un país ingobernable: desde varios ángulos saltan ahora opositores al Gobierno para darle palo porque boga y palo porque no boga, porque para ellos lo importante es dar palo.

Lo que llevó a cabo el Gobierno en Arauca fue un legítimo acto de soberanía, no contra un país invasor sino contra un enemigo interno que hace décadas invadió nuestras vidas y nos robó la tranquilidad y el derecho a la prosperidad. En una feliz coincidencia, este gesto de patriotismo se dio en la misma semana que los colombianos celebramos el Grito de Independencia, porque lo que necesitamos es declararnos independientes de nuestros grandes males: el terrorismo, el narcotráfico y la corrupción.

No faltarán quienes se opongan a los vientos de cambio, como hace 193 años lo hicieron quienes se durmieron en los laureles y convirtieron a Colombia en la Patria Boba que en muchos aspectos aún es.

 
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