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Principal > Columnas > Inventario > Semana del 10 al 16 de febrero de 2003

¿Hasta cuándo?, si el terrorismo ya nos tocó a todos.

Por: Jaime Eduardo Prieto Osorio.


Uribe/Imágenes del Club El Nogal

Primero vinieron por los judíos,
y como yo no soy judío
no alcé la voz.

Luego vinieron por los católicos,
y como tampoco soy católico
no alcé la voz.

Después vinieron por los socialistas y los sindicalistas,
pero como yo no era ninguna de las dos cosas,
tampoco alcé la voz.

Entonces vinieron por mí,
pero ya no quedaba nadie
que alzara la voz para defenderme.

Martin Niemöller (1892 - 1984),
Pastor protestante.
Héroe de la resistencia alemana durante la II Guerra Mundial

 
 
Si a algún colombiano sensato le quedaban dudas, el atroz atentado con carro bomba contra el Club El Nogal ha demostrado plenamente en qué se convirtieron los grupos armados ilegales que operan en nuestro país. Son bandas terroristas tan sanguinarias como las peores que recuerda la historia de la humanidad: asesinan cobardemente, a mansalva y sobre seguro, a niños, mujeres y hombres inocentes e indefensos, destruyen familias, mutilan y traumatizan para siempre a los sobrevivientes.

Ninguna persona decente que viva en la Colombia de hoy tiene derecho a dar la espalda y mirar hacia otro lado como si este ataque terrorista no le afectara ni tuviera que ver con ella, porque todos tenemos hijos, padres, hermanos y amigos representados en esta tragedia nacional.

En El Nogal perdieron al mismo tiempo sus vidas la humilde aseadora, el mesero amable y servicial, el pujante empresario, el ejecutivo joven y ¡seis niños! Ante este desolador panorama, ¿qué importancia pueden tener los estratos sociales? La polarización de nuestra sociedad no puede justificar las muertes de unos u otros.

Por unas horas, en medio de la tragedia se conformó, de la manera más espontánea y humana imaginable, una sociedad en miniatura basada en la solidaridad, en la que los socios y empleados del club se unieron para ayudarse mutuamente a salir del edificio en llamas, pues lo que estaba en juego era la vida de todos.

No es necesario buscar con lupa a los autores de esta brutal acción: es claro que las FARC son el único grupo que cuenta con el poder económico, logístico y militar para llevar a cabo un ataque de esta magnitud, con el claro apoyo de los narcotraficantes, sus principales socios y patrocinadores.

Debemos tener claro que el terrorismo narcoguerrillero se ha trasladado del campo y los pueblos a las grandes ciudades. Bogotá es un objetivo claro de los ataques terroristas que hoy forman parte de la principal —quizás única— estrategia armada de las FARC.

Identificados los verdaderos enemigos de Colombia, ya no es difícil encontrar las palabras adecuadas para describirlos. Todos los calificativos caben: cobardes, miserables, salvajes, dementes, etc. Sus acciones, llenas de sevicia y desprecio por la vida, los pintan de cuerpo entero.

Han alcanzado un nivel de salvajismo tan despreciable, han cometido tantos crímenes de lesa humanidad y han renunciado tan radicalmente a formar parte de la sociedad, que no merecen consideración alguna en su persecución, su derrota y su castigo.

Los ciudadanos de bien, que somos la inmensa mayoría de los colombianos, debemos tomar partido y apoyar al presidente Uribe, a la Policía Nacional y a las Fuerzas Militares en la lucha contra el terrorismo. Debemos asumir, de una vez por todas, nuestra responsabilidad en la construcción de la seguridad democrática.

No podemos seguir ajenos a nuestra realidad, sintiendo y pensando que está tan lejos como Arauca, Caquetá o el oriente de Antioquia. Ahora está en las calles de nuestras ciudades, en los sitios de juegos de nuestros hijos y en los lugares en que hacemos deporte o nos reunimos a conversar con los amigos.

Tenemos que dejar atrás la excesiva tolerancia y la negligencia cómplice, que como pesados lastres han impedido que nos libremos de la delincuencia para avanzar hacia el desarrollo y el progreso.

La clase dirigente colombiana está obligada a asumir su compromiso con la patria y a seguir el ejemplo de las directivas del Club El Nogal, que con inmenso valor civil han decidido reconstruir su sede y seguir pagando los salarios a sus empleados durante el tiempo que dure la obra, y de los socios, que han acordado continuar aportando las cuotas mensuales de sostenimiento del club, a pesar de no poder disfrutar de sus servicios.

Ahora, cuando conocemos claramente las intenciones de los terroristas, no podemos dejarnos amedrentar. Debemos evitar a toda costa que logren sus objetivos desestabilizadores y que confundan nuestra visión de la realidad: son ellos, y no el Gobierno y las autoridades legítimas, los culpables de la situación actual de nuestro país.

Es indispensable nuestro respaldo para que el Gobierno pueda ejecutar su estrategia de seguridad, por la que votó una clara mayoría de colombianos. La reacción del Estado en defensa de los ciudadanos y en la búsqueda de los culpables de todos los crímenes atroces no puede hacerse esperar.

Éste no es el momento de proponer diálogos y negociaciones. No con quienes son capaces de atentar contra la sociedad civil para presionar su aceptación. No con aquellos cobardes que matan niños en defensa de sus macabros negocios, pasando por alto que con esos inocentes sacrifican la parte más importante del futuro de Colombia.

Los medios de comunicación deben dejar de actuar como altavoces gratuitos de los engañosos argumentos contenidos en el discurso narcoguerrillero, y están obligados a asumir un papel responsable en la búsqueda de la verdad por encima de la sintonía, para mostrar, con equilibrio y sin sensacionalismo, la realidad de nuestro país a los colombianos y al mundo.

Y tanto la comunidad internacional como las organizaciones no gubernamentales deben decidir de una vez por todas cuál será su posición en el futuro: si por acción u omisión seguirán brindando a los terroristas el espacio que requieren para justificar con falsedades sus acciones, o por fin dejarán su silencio cómplice y su condición de idiotas útiles para empezar a defender los derechos de los buenos colombianos a la vida, el trabajo y la paz.

 
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