Es incontrovertible que más de 1.400.000
hectáreas de selvas tropicales han
sido destruidas para sembrar coca y que
grandes extensiones de tierra fértil
que antes se dedicaban a los cultivos tradicionales
están siendo utilizadas para la siembra
de amapola. La masiva deforestación
de las selvas de la Amazonía, la
Orinoquía y el Chocó es una
grave amenaza para el equilibrio ecológico
del planeta.
Las enormes cantidades de dinero que produce
el narcotráfico son las principales
fuentes de financiación de todos
los grupos armados ilegales que operan en
Colombia, los cuales se han convertido en
organizaciones terroristas que después
de sus ataques a las fuerzas del Estado
y a la población civil cruzan con
inusitada facilidad las fronteras para refugiarse
en los países vecinos.
Además, estas bandas armadas participan
en el cultivo, el procesamiento y el transporte
de las drogas, cerrando un círculo
vicioso que acaba por afectar a la humanidad
entera. En lugar de disminuir, el consumo
de estupefacientes en el mundo sigue aumentando,
a pesar de los esfuerzos que se hacen para
combatirlo. O quizás, precisamente,
porque esos esfuerzos son insuficientes.
Al tiempo que los países consumidores
llevan a cabo campañas para disminuir
el consumo de drogas en sus territorios,
deberían dirigir sus naves hacia
los dos océanos que los unen a Colombia
y utilizar toda su tecnología para
interceptar los grandes cargamentos de cocaína
y heroína que salen de nuestro país.
Después de la Guerra Civil que casi
destruyó a su país en el siglo
XIX, los estadounidenses aprendieron que
todas las guerras deben ser libradas y ganadas
fuera de su territorio, incluida la guerra
contra el narcotráfico. Para ser
consistentes con esta teoría, deberían
emplear todos sus recursos militares en
la interdicción aérea y marítima,
para evitar que los aviones y los barcos
cargados con drogas lleguen a su país,
y que regresen cargados de armas y precursores
químicos.
Los aliados comerciales y militares de
los Estados Unidos son, a su vez, grandes
consumidores de estupefacientes, y deberían
unirse a la lucha contra su comercio con
la misma fuerza y las mismas armas con que
están apuntando contra Irak.
Al fin y al cabo, las drogas ponen en peligro
a un recurso mucho más importante
que el petróleo: el recurso humano.
La decidida interdicción es la mejor
manera de ayudarle a Colombia a evitar que
las fuerzas del desorden se sigan fortaleciendo
y que un día lleguen al poder para
instaurar un régimen totalitario
atrasado y corrupto, como aquel que fracasó
en la antigua Unión Soviética
y en todos los países de su órbita
porque estaba en contra de la libertad y
la dignidad humanas.
La propuesta del presidente Uribe es inteligente
y valiente, y debe ser tomada en serio,
a pesar de la oposición de los idiotas
útiles que quieren mantener a Colombia
como la "Patria Boba" que nunca
debió ser.
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