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Principal > Columnas > Inventario > Semana del 21 a 27 de abril de 2003

El terrorismo colombiano, de talla mundial.

Por: Jaime Eduardo Prieto Osorio.


Guerrilleros/ Procesión de S. Santa/'Mono Jojoy'

terrorismo. m. 1. Dominación por el terror.
|| 2. Sucesión de actos de violencia
ejecutados para infundir terror.

Diccionario de la Real Academia Española

 
A lo largo de nuestra historia los colombianos hemos reforzado la percepción, tanto propia como ajena, de ser un país altamente creativo, y con frecuencia hemos tenido que lamentar que muchos orienten esa creatividad hacia actividades ilícitas, tramposas y ventajosas.
 

En buena parte, a esto se debe que hoy estemos como estamos. Pero como en Colombia la realidad supera a la fantasía —y las atrocidades superan a las peores pesadillas—, es posible que lleguemos a estar peor.

Durante la Semana Santa descubrimos que también los grupos terroristas están conformados por individuos muy creativos, infortunadamente para concebir las peores atrocidades imaginables.

En una semana que todos aprovechamos para hacer un receso en nuestra cotidianidad, para relajarnos, reflexionar y renovarnos, fuimos testigos de actos criminales que no hubiéramos podido imaginar.

Primero fue el ataque a dos camiones contratados por el Comité Internacional de la Cruz Roja para llevar ayuda humanitaria a los desplazados de la región de La Gabarra (Norte de Santander). En este hecho, guerrilleros de las FARC incineraron alimentos y medicamentos, en una clara violación de los principios del Derecho Internacional Humanitario, y en una inaceptable agresión contra la Cruz Roja, la institución neutral por excelencia en situaciones de conflicto.

Los elementos destruidos hubieran podido mitigar el hambre y curar las enfermedades de un numeroso grupo de campesinos desplazados de sus tierras; personas humildes e indefensas perjudicadas por las acciones irracionales de quienes dicen ser el "Ejército del Pueblo".

Luego conocimos los planes de ese mismo grupo terrorista para atacar con un carro bomba el Hospital Militar Central, un acto de un salvajismo inconcebible, que de haberse consumado habría causado muerte, mutilación y destrucción en una institución que presta servicios invaluables al país, mediante la salvación de las vidas de nuestros soldados heridos en combate y la recuperación de su salud.

En este centro asistencial trabajan cientos de profesionales de la salud; médicos, enfermeras, odontólogos, fisioterapeutas, bacteriólogos, etc., que atienden no sólo a los miembros de las Fuerzas Armadas —Ejército, Armada y Fuerza Aérea—, sino también a sus familiares y a los pensionados. Allí también labora personal civil que lleva a cabo labores administrativas y logísticas.

Es absolutamente intolerable que los grupos armados al margen de la ley puedan siquiera pensar en atentar contra un hospital, pero ya no debería sorprendernos, dado su amplio prontuario de ataques contra los puestos de salud, las ambulancias y la misión médica en general.

Después nos indignamos al conocer la noticia de la muerte de un niño en Fortul, Arauca, mientras llevaba una bicicleta cargada con explosivos hacia unas instalaciones militares ubicadas en ese municipio. La utilización de niños en actos terroristas es lo peor que se les pudo ocurrir a los creativos guerrilleros de las FARC. Quizás pretendían pasar a la historia como los inventores de los niños-bombas, o competir en los altos pedestales de la barbarie con los integrantes de organizaciones como Al Qaeda y Hamas.

A este execrable crimen se sumó la explosión de un balón-bomba al paso de una joven mujer y sus dos hijos de 13 y 12 años de edad en Carmen de Bolívar, quienes resultaron gravemente heridos y debieron ser intervenidos quirúrgicamente para extraerles perdigones y trozos de metralla de sus cuerpos.

Finalmente, en un desafiante acto de irrespeto a las creencias y tradiciones de los colombianos, el Viernes Santo un grupo de guerrilleros de las FARC atacó indiscriminadamente a los fieles de Dolores, Tolima, que participaban en el tradicional Vía Crucis, y causaron la muerte a tres personas, entre ellas un niño de 14 años, y graves heridas a otras dos.

Este grupo terrorista ya había demostrado su desprecio por los sitios y los actos religiosos, que son sagrados para la mayoría de la población colombiana, con la destrucción total de la iglesia de Bojayá, Chocó, hace casi un año, donde murieron 119 personas inocentes.

Acciones como las que ejecutaron las FARC en Semana Santa dejan hoy más respuestas que preguntas; nos conducen claramente a la conclusión de que es inútil seguir insistiendo en buscar soluciones negociadas al conflicto con organizaciones criminales que pretenden tomarse el poder por medio del terror.

Los colombianos que no estamos dispuestos a que se les toleren y justifiquen más los abusos a los terroristas esperamos que muy pronto nuestros dirigentes tomen conciencia de la realidad y se unan en torno a un objetivo común: derrotar al terrorismo y recuperar el control, el orden y la paz de nuestra patria, para que podamos emplear nuestra creatividad para el bien.

 
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