En la noche
del pasado jueves 10 de julio María
Mercedes Carranza salió de la Casa
de Poesía Silva tras asistir al lanzamiento
del libro "Amazonía",
del poeta Juan Carlos Galeano. Había
estado en compañía de algunos
de sus amigos más cercanos, y todos
ellos la vieron tranquila, como cualquier
otro día.
Con su colega Juan Manuel Roca habló
de poesía y de política, "con
ese desborde de lucidez, de claridad, de
contundencia que la caracterizó",
según dijo el poeta. A nadie le dijo
nada que hiciera pensar que el día
siguiente no llegaría, como solía
hacerlo cada mañana, a la casa donde
hace 107 años José Asunción
Silva se pegó un tiro en el sitio
exacto del corazón.
Al amanecer del viernes María Mercedes
ya no hacía parte del disparate de
este mundo. En su apartamento la encontró
Melibea, su única hija. En la mesa
de noche estaba la carta de despedida junto
con varios frascos vacíos de píldoras
antidepresivas. Había sufrido un
infarto.
El sábado la mayoría de sus
amigos, así como varias personalidades
del Gobierno, asistieron a su velación.
El dolor de todos fue evidente: "Si
las lágrimas pudieran borrar la falta
de una hermana y una amiga, lloraría
toda la vida", dijo el poeta Mario
Rivero. "Estoy en gran estado de tristeza
y desolación por su fallecimiento",
expresó el escritor Álvaro
Mutis, desde México.
Puede sonar a frase de cajón, pues
esto lo dice todo el mundo cada vez que
muere alguien, pero María Mercedes
le va a hacer una falta inmensa al país.
Pocas personas logran, como ella lo logró,
congregar a casi 7 mil colombianos para
escribir poemas por la paz y contra la guerra.
Pocas consiguen mantener vivo un sueño
tan inmenso como el de una casa de poesía
donde todos los poetas del país sean
acogidos con los brazos abiertos.
María Mercedes Carranza dirigió
y sacó adelante la Casa de Poesía
Silva, y la convirtió en uno de los
centros poéticos más importante
del mundo. Además, participó
en la Asamblea Constituyente de 1991, la
cual elaboró la actual Constitución
de nuestro país, trabajó en
varios periódicos nacionales y fue
jefe de redacción de la revista Nueva
Frontera durante 13 años.
Y su obra, breve pero impecable, es una
de las más importantes de la poesía
colombiana contemporánea. Sólo
publicó cuatro libros con poemas
propios: "Vainas y otros poemas"
(1972), "Tengo miedo" (1983),
"Hola, soledad" (1987),
"Maneras del desamor" (1993)
y "El canto de las moscas"
(1998). Pero en cualquiera ellos es fácil
encontrar poesía de la mayor calidad.
Un buen ejemplo es "Soacha",
de su último libro:
Un pájaro
negro husmea
las sobras de
la vida.
Puede ser Dios
o el asesino:
da lo mismo ya.
Detrás de la aparente resignación
hay un dolor inmenso y quizás indescriptible.
El dolor de no saber nada de su hermano
Ramiro, secuestrado por las FARC hace varios
meses. El dolor de haber perdido varios
de sus amigos más cercanos en los
últimos años. El dolor de
país.
Ese dolor se llevó a María
Mercedes, una gran poeta, una luchadora
por Colombia, una defensora de la paz. Y
al lado de la tristeza que deja su partida,
quedan la rabia y la indignación
de saber que ella no fue la primera ni tampoco
será la última víctima
indirecta de la violencia sin sentido que
está acabando con nuestro país.
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